domingo, 24 de enero de 2016

LA SAL DE MALDON DE LA VIDA

¿Cómo es al tacto la piel de una vaca??, ¿sabíais que las cebollas crecen en la tierra??, ¿habéis limpiado una lubina por dentro y le habéis sacado las tripas?, ¿y pisado una mierda de caballo?. ¿a qué huelen las nubes?. Que hoy día la pregunta más común y la respuesta más fácil sea la última, es cuanto menos, descorazonador.



Vivimos en una sociedad donde al plástico y a lo sintético le llaman eco piel. Conste que respeto a quien por convicción no quiere llevar piel de animales, pero que un bolso de plástico lo cobren a precio de Visón, porque deciden llamarlo piel vegana, me toca las pelotas.



Un tiempo en que el veganismo le come el terreno (nada más que eso porque si no le dan arcadas) al entrecot. Donde todo el mundo se etiqueta en algo, la cienciología, el yoguismo, el antitabaquismo. Nuevas religiones que uno  abraza de la mañana a la noche y se convierte en el más sectario de la secta.  La quinoa ha sustituido a las hostias consagradas, el yoga al rosario y las mallas de runner a las sotanas.



 Un tiempo en el que las herboristerías son legión. La gente toma té verde con aroma de romero o poleo menta antioxidante, pero piensan que las hierbas crecen en las bolsas reciclables. Y lo que no han probado nunca es a coger el poleo del suelo con sus impurezas, sus flores moradas que luego hay que pasar por el colador. Mejor en la bolsita limpio y listo para consumir. Eso sí, luego al contenedor amarillo, si no, sacrilegio.



Una época en la que buscamos el contacto con la naturaleza y nos parece encontrarlo en un documental, en practicar un poco de running o subir a Navacerrada un domingo a ver la nieve. Que nos creemos los más sanos por tener un huerto urbano y pagar un riñón por los tomates ecológicos, los huevos camperos y el pollo de corral no transgénico. Pero en nuestra puñetera vida hemos pisado una granja para saber que los pollos no son simétricos, ni los huevos perfectos, ni los tomates de un reluciente rojo Russian Red.  


Una sociedad que detesta la impureza y decora la realidad por si acaso se hieren sensibilidades. Eso sí, no hay escrúpulos si se habla de economía. Nos da pena cómo se mata a un cordero, pero los lobos de Wall Street se los zampan a miles cada día para alimentar su hambre de dinero. 



 La televisión está petada de programas de cocina, que a todos nos encantan. Todo el mundo deconstruye, hace crujientes, reducciones, pero ¿qué cocinero aparece sacando las tripas al besugo para hacerlo al horno con Pedro Ximénez??.  Los lomos siempre aparecen perfectos, cuadrados, limpios, de colores brillantes, como las piezas del LEGO. La pata del cochinillo, tan irreal, que parece dibujada en cómic. El solomillo es tan rosado y suave como el terciopelo. Y los lomos de merluza blancos y enjutos como pastillas de jabón, para lavarte las manos con ellos si algo de realidad te salpica.



El único contacto animal son los toros, los zoos o los circos. Nos encantan los animales, pero los más reales con los que convivimos son los perros y gatos monísimos que humanizamos con cada foto de Instagram. La gente es capaz de atarse a un árbol para pedir por sus derechos como si la causa le fuera la vida en ello, pero luego no se va a vivir con su pareja porque le asusta el compromiso.


Se huye de la sangre, de la víscera,  de la entraña, pero en todos los aspectos de la vida. Pasiones ficticias, la hipocresía hecha reivindicación. La vida hecha plástico, envuelta en piel vegana. O en papel film, que para el caso es lo mismo y así, nunca te manchas.

lunes, 11 de enero de 2016

LA REINA DE LA NAVIDAD

En estos momentos en que no puedo pensar porque tengo gambas ocupando mi hipotálamo. Ahora que tampoco puedo hablar y sólo soy capaz de balar, porque el cordero que me he hincado está asomando su hocico por el mío. Tampoco puedo moverme porque los turrones me han bajado a los tobillos y los tengo como Carmen Sevilla...  y sólo puedo escribir… me pregunto, os pregunto: ¿Qué significa la Navidad???.
Pues si de verdad somos realistas, vamos a dejarnos de misas del gallo, religiones y nacimientos... La Navidad es comer hasta reventar.


Son esos días que tu madre lleva preparando dos meses antes, haciéndose calendarios de menús como si una bomba atómica fuese a arrasar tu pueblo y tuvieses q sobrevivir en un búnker 3 años. Donde abres los armarios de tu casa y parece un almacén del Macro.


Esa época en la que empiezas a comer un jueves a las 9 de la noche del día 24 y te levantas de la silla el día 7 de enero con más tripa que la madre de Falete antes de dar a luz. Cuando has bebido tanto alcohol que si te cortas un dedo trinchando el cordero cauteriza en 3 segundos.


Un tiempo donde ejercitas la mente más que con un sudoku, haces un rastreo inicial a la mesa y en un segundo calculas los comensales y sabes que tocas a 2 nécoras, 4 ostras, medio plato de jamón, 2 patas de pulpo, botella y media de cava, y si andas fino, le levantas cuatro almejas a tu sobrino que como no sabe cómo comérselas (ya aprenderá, ya...). Eso sí, si una semana más tarde tienes que pagar unas cañas de 30 pavos entre 3, dices que otro haga las cuentas que tú eres de letras.

Unas semanas en las que tú madre no sale de la cocina, te acuestas y está ahí, te levantas y está ahí y crees que se ha puesto un saco dentro del horno y duerme abrazada al cochinillo haciendo la cucharita.


A nadie le importa un cuerno q Jesús naciese en un portal, aquí a la mula nos la zampamos, cambiamos la mirra por la birra y si hay suerte se toca la zambomba. Un Belén donde ya no quedan vírgenes, los reyes están de capa caída o más bien en ropa de cama, vienen a pie porque son más de estar por casa. Son más de elefantes que de camellos y más de Noós que de Yes, we can. El negro no llega por el tratado de Schengen, los peces están en los platos y sólo queda la espina y los q beben en el río y hasta el agua de los floreros son... Los pastores, o la Pastor y su marido. Y lo único en lo q piensas cuando acaba es en estar como el caganet del Belén, soltar todo lo q has engullido en las navidades y dejar el baño como la zona cero. Amén.