domingo, 11 de mayo de 2014

EN MISA Y REPICANDO

La Taberna Agrado, el Circo, el Kikekeller, el supermercado de los chinos de abajo, el estanco, el bar de los desayunos,el mercado, la plaza Luna, hasta la comisaría. San ildefonso, Espíritu Santo, San Hermenegildo, San Vicente Ferrer, Bares en calles de Santos y ni un santo dentro de ellos. Conozco todos los locales de mi barrio, menos uno, donde no cobran entrada, hay barra libre, es amplio, íntimo, con olor a incienso y dan charlas todos los días. Se llama la Buena Dicha y es la iglesia que está en frente del José Alfredo y el puticlub Papillón, ironías de la vida. 
Y hoy, domingo, día popular entre los parroquianos que frecuentan el local, me he propuesto conocerlo por fin, a ver si el moderneo, que lo cubre todo lentamente en este barrio, como la sombra de Mordor, también ha conquistado la casa del Señor. Para comprobar si las deportivas de colores que pisan vomitonas y colillas adoquinadas o adoquines acolillados, colonizan también estos lares.


Y al sonido de las campanas, a las 12:30, porque en este barrio todo abre más tarde, hasta la casa de Dios, un domingo de resaca allí me he metido. He entrado silenciosa en una gran sala donde ponen alfombra roja, para el desfile de las almas, que como en Cibeles, las hay excéntricas, luminosas, coloridas y negras muy negras, como un modelo de David Delfín, todo depende de la piel que las cubra.
La gente toma asiento en los distintos bancos, desperdigados, con un aforo tísico, esquelético, como la figura del Cristo que corona la estancia. 20 personas contándome a mí y ninguna más joven de 50. Un panorama gris como enero londinense.
Ese olor a incienso, que hoy día creo, que como el aroma de los porros, acaba anestesiando, adormeciendo, como un opio suave, de ese que hablaba Marx en sus buenos tiempos. La banda sonora… las bocas que repiten de manera mecánica una retahíla, que hoy todavía recuerdo, como las tablas de multiplicar, ese tipo de discursos que no entiendes, pero repites, como nuestros padres los reyes Godos. Ludovico, Turismundo, Teodorico… rico y pobre, da igual, todos caen y se arrodillan. Reclinatorios y confesionarios, lleno de lugares donde disculparse o vomitar verdades. 
Canciones de viejas gritonas, con agudos imposibles y secuencias infinitas, tres padres nuestros, dos aves marías, 20 personas en los bancos, mil y una misas de doce y doce de ocho de la tarde. Santo, santo, santo es el señor, todo se repite, porque por repetición y sangre entran las cosas, como en la vieja escuela, la letra con sangre entra, y aquí es la de Cristo.
Como el director de una orquesta celestial, el cura marca el ritmo, silencio ahora, ahora oración, arriba y abajo, amén y por favor, manejando los movimientos, pero no las cabezas, que piensan… en por favores y perdones, preocupaciones, milagros sanatorios o futbolísticos, porque no siempre se escucha, lo que no falla es la hucha. Una cesta que recorre la bancada con soniquete como el del rumano con los kleenex, "dame argo por favor" y entre favores se pasa la misa, yo te hago, tú me das, tú me enganchas, yo me voy. 

Pocas personas, pero muchas miradas, de santos de porcelana, con mirada pétrea, infinita como el cielo y el infierno, malos y buenos, así se divide el mundo aquí dentro. Y lo gris sólo en las canas. De abuelos y abuelas, que rezan por sus nietos, por ellos y por todos sus compañeros, los que cayeron en un bando y en otro, pero ninguno ha vuelto. A contarles si los ángeles existen o han saludado a San Pedro. Que tiene escondidas las llaves, pero sólo las del cielo. Porque el infierno sí conoce certeza, reza uno y el otro también reza. No quieren quemarse, pero aquí sobre la tierra también se queman.
Con humo de cigarrillos de lupanares, Sodoma y Gomorra, no mola. Lo dice Dios y ni Dios replica, pero mientras, algunos, pellizcan los muslos de las chicas. Llega la hora de la comunión.
El cuerpo de Cristo, en pedacitos, eso se reparten, canibalismo. A unos les toca el brazo, a otros el pie, el cuello o el corazón y para pasarlo un trago de vino, la sangre. Ceremonia vampírica, que succiona miradas y bolsillos. 
Mirando el vacío y el eco cuando se pronuncia Amén, veo que la fe mueve montañas, pero no a las masas… ni modernos, ni hipster, ni jóvenes bibliotecarios, territorio geriátrico pasado, arrugado.
Y después de escupir los marrones, los malos pensamientos, los pecados, el no matarás, no dirás falsos testimonios ni mentirás… sales de misa y recibes una llamada, contestas que mañana le llamas. Mentira podrida, acabas de salir y ya estás manchado. Toda una semana para acumular de nuevo pecados.
45 minutos después, "podéis ir en paz", "demos gracias al Señor", contestan todos. Pero este señor no tiene cartera llena y chaqueta. Por eso no consigue su meta. Llenar La Buena Dicha de modernos un domingo por la mañana, que prefieren la cama, la suya o la de cualquiera.
Y los que acaban de comerse el cuerpo de Cristo se cruzan a la salida con cuerpos hechos un Cristo, que todavía vuelven de celebración, pero no eucarística. Les miran de reojo con mirada perdonavidas, apiadándose de sus almas, perdidas, pero quién sabe si ellos también creen en algo más que los coworking, las sinergías, los mainstream o la vanguardia.

Creer o no creer esa es la cuestión… ¿se puede creer desde casa, sin acudir a la iglesia?? como quien trabaja desde su ordenador. ¿Cuántos modernos de barrio no acuden, pero creerán??. Esa estadística es más complicada porque no se cuenta, como votar al PP, que te guste Jarabe de Palo o los pedos fuera del baño. Pequeñas vergüenzas que se esconden detrás de los afros y los tatuajes. Ya saben, "Amor de madre" es un clásico, pero nunca tanto como para que refiera a una Virgen.